Se tuvo que madrugar mucho pero mereció la pena. A las siete y media de la mañana salía el autobús desde la Pferdemarkt Platz hacia la ciudad holandesa de Groningen. Allí estaban puntualmente los veintiún niños, los tres profesores y, como no, Mario. Este viaje contaría con la compañía de Nina, una joven alemana, alumna del LBZH de Oldenburg.
Tras hora y media de viaje, se llegó a la estación de autobuses en una fría, húmeda y, por qué no decirlo, solitaria mañana. Tras varios paseos por el centro (en la imagen la plaza Von Bismack) se entró a desayunar a un Mc Donalds, único lugar abierto a esas horas de un domingo. Mario tenía preparado una ruta por la ciudad que se cumplió casi en su totalidad. En la plaza del ayuntamiento hubo un alto en el camino para comer. Seguidamente se buscó el refugio de una cafetería para tomar, un chocolate caliente los alumnos, un café los profesores. A continuación se siguió con la guía que Mario tenía preparada hasta las cuatro. Eran las cinco y se tenía que coger el autobús de regreso a Oldenburg. El cansancio acumulado pudo con los viajeros que involuntariamente cayeron en los brazos de Morfeo, sólamente alterado por un control rutinario de la policía alemana en la autopista que comunica Alemania con el país de los tulipanes.
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